miércoles, 3 de octubre de 2012

Monición - XXVII Domingo durante el Año


Monición para el
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario


¡Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre!

El vínculo sacramental que une, por el sagrado matrimonio, al varón y a la mujer es de tal intensidad y plenitud, que el Apóstol lo considera figura de la relación esponsalicia entre Jesucristo y su santa Iglesia, de la cual Él es cabeza, como ha de ser el hombre en cada hogar cristiano.

Esto es así porque el Padre les mandó ser una sola carne, el Hijo elevó su unión al orden de los Sacramentos en las bodas de Caná, -a fin de que se derramaran sobre ellos torrentes gracias-, y el Espíritu Santo, al infundirles el fuego de su amor, vivifica y lleva a la plenitud en los hijos, a la que ha sido llamada a ser célula básica de la sociedad y de la Iglesia: la familia cristiana.

El adversario, sabiendo que es el baluarte de nuestra fe, ha desencadenado sobre ella tres ataques diabólicos, el divorcio, la anticoncepción y el aborto.
No dialoguemos con el demonio, como hizo Eva en el Paraíso llevada por la curiosidad, pues el Príncipe de este mundo es el padre de la mentira y tratará de engañarnos, como la engañó a ella.
A ejemplo de Jesucristo, respondamos a las sugestiones del enemigo con la Palabra de Dios, que es espada de dos filos:

A las tentaciones del divorcio contestemos: "Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne, abandoné a mi padre y a mi madre para unirme a ella y ser una sola carne; no dividiré, pues, lo que Dios ha unido".

A las insidias de la anticoncepción le decimos: "Por temer al Señor y seguir sus caminos, mi esposa será como una vid fecunda en el seno de mi hogar, mis hijos como retoño de olivo alrededor de mi mesa. Pues los hijos son un regalo del Señor, como las flechas en la mano de un guerrero. ¡Feliz el hombre que llena con ellos su aljaba, no será humillado cuando discuta con sus enemigos en la puerta!".

Y, finalmente, a las crueldades sin cuento del aborto, pecado que clama al cielo más aún que el de Sodoma, repliquemos con una sóla y contundente frase del Señor: "Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo impidáis". Porque, como dice San Pablo en la Segunda Lectura de hoy, Dios ha decidido llevar una multitud de hijos a su gloria. ¡Qué así sea!




1 comentario:

Anónimo dijo...

Si, que los dejen nacer pero que después los dejen nacer a la vida de la gracia dándoles sana doctrina no la aguada del "año de la fe" bastardeada por el vedos, que no los aborten espiritualmente. Porque lo que uno no recibe de niño luego es un poco tarde, el alma se pone como tierra mala, se malea, se pone estéril.